viernes, 18 de marzo de 2022

ANÁLISIS DEL CONFLICTO EN UCRANIA.

 Daniele Perra

El siguiente análisis se divide en tres secciones diferentes y trata de evaluar el conflicto a través de los aspectos del derecho internacional, la doctrina militar y los datos económicos. En concreto, aunque se reconoce que, como afirmó Karl Haushofer, la geopolítica no es una ciencia exacta, se intentará demostrar que la acción rusa, lejos de ser "fallida" o mal planificada (como se presenta en un Occidente siempre más alejado de la realidad), es producto de un cálculo frío y racional de costes y beneficios.


Sobre el punto de la ley


Es muy difícil evaluar según los criterios de un derecho internacional esencialmente estadounidense lo que parece ser una agresión militar de una potencia no occidental. Sin embargo, cabe recordar que Rusia, en el pasado (intervención en Siria y anexión de Crimea bajo el concepto de Responsabilidad de Proteger), ha intentado a menudo presentarse como un Estado que actúa precisamente de acuerdo con esta ley.

En primer lugar, el derecho internacional actual puede verse como una especie de jus contra bellum que se opone al concepto de justa causa belli. Este planteamiento teórico antimilitarista es, por supuesto, pisoteado sin especial conmoción entre la opinión pública siempre que la guerra la lleva a cabo la potencia hegemónica a nivel mundial (Estados Unidos) o la avanzada occidental en el Levante (Israel). A este respecto, hay que recordar que existen algunas excepciones a la violación de la integridad territorial de un Estado (teóricamente) soberano. Esto se permite en caso de autorización del Consejo de Seguridad de la ONU o en caso de autodefensa colectiva necesaria. Esta autodefensa (el caso ruso) debe cumplir dos criterios: a) necesidad; b) proporcionalidad.

Está claro que la intervención rusa es el producto inevitable de la lucha de Occidente contra el más que legítimo derecho a la seguridad de la segunda potencia militar del mundo. Moscú no puede tolerar una nueva expansión de la OTAN hacia el este, con la consiguiente instalación de sistemas de misiles en Ucrania capaces de alcanzar el territorio ruso en pocos minutos (la nuclearización del espacio geográfico ruso ha sido el sueño de la cúpula militar estadounidense desde el final de la Segunda Guerra Mundial); Moscú no puede tolerar la instalación de laboratorios biológicos militares estadounidenses en sus fronteras[1]. 1] Es igualmente evidente que la intervención militar rusa (no más de 70.000 efectivos) puede (al menos en teoría) cumplir el criterio de proporcionalidad.

Hasta aquí nos quedamos en el muy complejo campo del "ataque preventivo" utilizado en varias ocasiones por sus homólogos occidentales (Israel en 1967, Estados Unidos en 2003 en Irak sobre la base de pruebas falsas). Fuentes de los servicios de Moscú también se refieren a una posible operación ucraniana a gran escala en el Donbass (mediante el uso de milicianos entrenados en Polonia por la OTAN) que habría sido evitada por la acción rusa. Más allá de esto, hay otros dos casos de intervención "legítima": (a) la violación del principio de diligencia debida; (b) la usurpación.

La primera se aplica en respuesta a los ataques de grupos terroristas y bandas armadas (es decir, de actores no estatales) cuando el Estado con jurisdicción sobre estos actores no toma las medidas debidas (Ucrania frente a grupos paramilitares, según la interpretación rusa). La segunda se aplica cuando un Estado (Ucrania) ejerce funciones gubernamentales en el territorio de otro Estado (las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk reconocidas como independientes por Moscú en la época anterior al conflicto). A esto se añade, y sin duda parece ser el argumento más fuerte a favor de Moscú, el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk y las repetidas (por brutales que sean) acciones militares ucranianas para restablecer el orden en las regiones del este del país, que no por casualidad son también las más industrializadas y ricas en recursos.

A la luz de lo que se ha escrito hasta ahora, está claro que cualquier justificación de la intervención militar rusa en el plano del derecho internacional es, como mínimo, bastante débil. En realidad, se trata más bien de un intento de superar el positivismo normativo (y la hipocresía sustancial) del derecho internacional centrado en los Estados Unidos en nombre de una idea de nomos de la tierra vinculada a un concepto histórico-espiritual de posesión y pertenencia al espacio geográfico.

Por último, además del hecho de que el propio derecho internacional se interpreta a menudo (especialmente por las grandes potencias) a voluntad, no se puede olvidar la sugerencia que Iosif Stalin dio a Chiang Ching-kuo, delegado de la República de China ante la URSS al final de la Segunda Guerra Mundial: "todos los tratados son papel mojado, lo que cuenta es la fuerza"[2].

Aspectos militares


El ex militar y analista de la Fundación para la Defensa de las Democracias, Bill Roggio, ha argumentado que la propaganda occidental ha llevado a una total incomprensión de la estrategia militar rusa en Ucrania. 3] En particular, Roggio señala que Occidente se centró erróneamente en la tesis de que el fracaso de la toma de Kiev en los primeros días del conflicto significaría inevitablemente el fracaso de la acción rusa.

Ciertamente, Moscú pensó que la entrada de sus tropas en territorio ucraniano podría haber generado un colapso inmediato del gobierno de Kiev. Sin embargo, esto no significa que no se haya planificado una estrategia para hacer frente a este acontecimiento. El análisis de las fuerzas sobre el terreno, en este caso, habla bastante claro.

Desde hace días se habla de una columna de tanques rusos de más de 60 km de longitud estacionados inmóviles en las afueras de Kiev. ¿Por qué no es atacado por el ejército ucraniano? ¿Por qué no entra en Kiev?

A la primera pregunta, el ex general Fabio Mini respondió que dicha columna no está siendo atacada simplemente porque Moscú controla el espacio terrestre y aéreo[4]. Por eso Kiev sigue pidiendo una Zona de No Vuelo que nunca llegará (siempre que el fanatismo de las franjas más extremistas del atlantismo no opte por la guerra mundial). Entrar en Kiev, con el riesgo de ser aplastados en una guerra de guerrillas urbana entre facciones ucranianas que ya luchan entre sí (el asesinato de un negociador más proclive al compromiso es la demostración más evidente de ello), no es necesario, dado que la reunificación entre las fuerzas rusas que llegan del norte y las que llegan del sur cortaría a Ucrania en dos, haciendo imposible el abastecimiento de las tropas y milicias que operan en el frente más caliente, el oriental. Impedir la entrada en los centros urbanos y controlar las infraestructuras energéticas sigue siendo el objetivo principal de la operación militar rusa. El ataque a la central eléctrica de Zaporizhzhia ha sido mencionado varias veces. Pues bien, ningún analista parece haberse dado cuenta de que justo encima de la central se encuentra el canal que en 2014 (tras la anexión de Crimea) se cerró con el objetivo preciso de estrangular la península del Mar Negro en términos de agua. El control de esta infraestructura es crucial para restablecer el suministro de agua en la región.

Llegados a este punto, ante el éxito propagandístico del ex actor Volodymyr Zelenskyi, cuyos perfiles en las plataformas sociales son un triunfo de las noticias falsas y de las declaraciones de apoyo de la élite del atlantismo (Von der Leyen, Biden, Draghi), del sionismo y de las multinacionales vinculadas a ellos, cabe hacerse otra pregunta: ¿por qué Moscú ataca a los repetidores de televisión pero no cierra Internet?

Aquí es donde la cuestión se complica. Como señaló el ex general de la Fuerza Aérea China Qiao Liang, la guerra del siglo XXI es ante todo una ciberguerra inseparable de su aparato tecnológico. Los ejércitos (el ruso no es diferente) dependen de la tecnología de la información. Este factor, según Qiao, puede ser tanto una ventaja como una desventaja. La tecnología de la información, de hecho, se basa en los chips y la posibilidad de evitar la dependencia de estos instrumentos es ahora inexistente. Esto hace que la protección de los datos sea cada vez más problemática, y la incapacidad de superar las debilidades potenciales derivadas del alto nivel de informatización representa un riesgo permanente para la sostenibilidad de las capacidades y acciones militares. Por ello, el choque de poderes del siglo XXI (y el conflicto de Ucrania, con su mezcla de guerra tradicional y ataques cibernéticos, es su principal indicador y anticipador) tendrá lugar principalmente en el llamado ciberespacio.

En conclusión, la acción de Moscú (diseñada para no ser demasiado larga pero tampoco demasiado corta) sigue teniendo como objetivo imponer sus propias condiciones en la mesa de negociaciones: la neutralización de Ucrania y el reconocimiento de la anexión de Crimea y la independencia de las repúblicas del Este. No hay que olvidar que la Wehrmacht necesitó más de un millón de hombres y cinco semanas para derrotar a Polonia en 1939. En esa ocasión, tanto los alemanes como los polacos se preocuparon poco por la población civil. En la actualidad, Rusia ha optado por limitar al máximo los ataques a los núcleos de población y establecer (de acuerdo con su homólogo en Kiev) corredores humanitarios que, por el momento, no parecen funcionar de forma óptima debido al obstruccionismo de los grupos paramilitares ucranianos (el infame Batallón Azov, sobre todo).

Si Moscú tiene una estrategia precisa a largo plazo, es igualmente cierto que Occidente también la tiene. De hecho, no se puede excluir que Occidente ya se haya preparado para la posibilidad de un gobierno ucraniano en el exilio. El envío de armas y la facilitación del viaje de mercenarios y terroristas internacionales al país de Europa del Este puede interpretarse con la voluntad precisa de continuar la desestabilización de la región si Moscú logra sus objetivos.

El hecho económico


El hecho de que el primer ministro israelí, Naftali Bennett, fuera a Moscú en Shabat para buscar una mediación en la crisis causó un gran revuelo. Aparte del factor geopolítico (mostrar amistad hacia Rusia podría ser útil en Siria contra la presencia iraní), no hay que pasar por alto los profundos intereses económicos y de estabilidad interna que tiene la entidad sionista en el conflicto. De hecho, una gran parte de la población de Israel, que entre otras cosas es uno de los principales importadores de trigo ucraniano, es originaria de las repúblicas que formaron parte de la Unión Soviética. Por ello, una eventual prolongación del enfrentamiento no ayudaría en nada al equilibrio entre las distintas comunidades ex soviéticas dentro de la entidad sionista y una economía que, a pesar de los falsos mitos propagandísticos, ya vive en gran medida de la ayuda exterior.

Al hablar de los datos económicos, por supuesto, no se puede ignorar el tema de las sanciones. Dado que se ha hablado de "acciones sin precedentes" por parte de la Unión Europea, será bueno analizar qué efectos reales pueden tener estas acciones. A este respecto, se puede partir del hecho de que Rusia dispone de un tesoro de 630.000 millones de dólares que puede gastarse para soportar la carga de las mencionadas "acciones sin precedentes". También hay que recordar que en los últimos años, tal vez como preparación para la guerra y la respuesta occidental, Rusia ha reducido su proporción de deuda en relación con el PIB (la deuda pública rusa es del 12,5% del PIB, mientras que la estadounidense es del 132,8%); ha reducido su deuda externa; ha acumulado grandes cantidades de oro (2.300 toneladas), el activo refugio que aumenta su valor junto con las crisis geopolíticas; y se ha deshecho a sabiendas de los títulos de deuda estadounidenses. A esto se añade la enorme disponibilidad de materias primas y la estrecha relación con los dos mayores países fabricantes del mundo (China e India, que tienen poca intención de seguir la vulgata sancionadora). A la abundancia de materias primas se añade la producción avanzada de aluminio, titanio (el grupo ruso Vsmpo-Avisma cubre en gran medida las necesidades de titanio de Boeing y Airbus) y paladio (50% de la producción a escala mundial). Por no hablar de la producción de cereales, cuyo bloqueo de las exportaciones ya está poniendo en crisis al sector italiano de la pasta (un tema para un posible estudio en profundidad sobre la geopolítica de la alimentación). Esto significa que cualquier contra-sanción rusa tendría efectos potencialmente devastadores en la economía europea, ya de rodillas tras dos años de gestión desastrosa de la crisis pandémica. Todo para el deleite de Washington, que al sentar las bases de este conflicto había visto una gran oportunidad para deshacerse del principal competidor de la hegemonía del dólar: el euro. Por eso sigue invitando a sus vasallos europeos a suministrar aviones de combate a Kiev. El objetivo, de hecho, es ampliar el conflicto a todo el continente.


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