En el siglo XIX también hubo otros pensadores que no estaban de acuerdo con las reclamaciones de los movimientos feministas. Por ejemplo, Nassau Senior, economista inglés del siglo XIX, consideraba que la ausencia de derechos de propiedad de la mujer inglesa era una situación natural. También consideraba que el trabajo de las mujeres en las fábricas era más fácil que los demás, devaluando su papel laboral en la industria. Por otro lado, Jean Baptiste Say, economista francés, concebía a la mujer como sostenedora de la familia, por lo que la mujer debe predominar en la situación doméstica. Además consideraba que los salarios que se pagan a los hombres tenían que ser más altos que los de las mujeres porque los hombres tienen que proveer subsistencia a ellos y a su esposa, además de los niños. Estos pensamientos de Senior y Say eran los predominantes en la sociedad inglesa, por lo que los movimientos feministas debían luchar contra estas arraigadas ideas.
La posición de John Stuart Mill en la lucha por los derechos de la mujer
John Stuart Mill fue uno de los que apoyaron el movimiento de defensa de los derechos de la mujer. La visión de Mill era liberal, aunque tuvo la influencia de su mujer Taylor, más próxima al socialismo. Al igual que el feminismo liberal, Mill acepta las estructuras institucionales del capitalismo y la democracia representativa. Su propósito es lograr iguales derechos e iguales oportunidades dentro de ese marco democrático. Esta meta es reflejada en gran parte de su obra La esclavitud femenina, del año 1869, en la que constantemente plantea diversos supuestos de desigualdades legislativas y sociales de la mujer, y acaba siempre concluyendo que tanto la mujer como el hombre deben tener los mismos derechos. Según el propio Stuart Mill, el propósito de escribir el libro era el de “mantener la aspiración de las mujeres, dentro y fuera del matrimonio a una igualdad perfecta en todos los derechos con el sexo femenino”.
Caricatura de John Stuart Mill en Vaniti Fair. 1873. Se puede leer en su leyenda “Un filósofo feminista”. Fuente: Wikimedia Commons
El propio John Stuart Mill fue defensor de sus ideas al reclamar el voto femenino en el Parlamento de Londres en el año 1866, mientras era parlamentario por parte del Partido Liberal. Sus reivindicaciones no fueron escuchadas en el Parlamento, pero sí en la sociedad. Tras la publicación de su libro La esclavitud femenina, se genera una amplia discusión acerca de sus contenidos. El libro de Stuart Mill se editó en muchos países y provocó la expansión e internacionalización del movimiento sufragista. Y es que esta reivindicación era todavía ajena al movimiento liberal y democrático del siglo XIX.
La defensa del derecho de las mujeres: el sufragio femenino
En el periodo de John Stuart Mill se luchaba básicamente por obtener el derecho de las mujeres de poseer propiedades y el voto, pero más adelante la lucha se orientó hacia acabar con la discriminación contra las mujeres, sea en el sector privado, sea en el público, de modo que pudieran acceder a la educación, el empleo y representación política y obtener remuneraciones iguales por un mismo trabajo. Según las pautas del liberalismo inglés del siglo XIX que evolucionaba hacia la democracia, la idea general fue que tanto los hombres como las mujeres deberían poder desenvolver sus capacidades innatas y perseguir su felicidad. Y para ello las mujeres debían tener la misma libertad de elección que los hombres.
Aun así, las primeras defensas de los derechos de las mujeres empezaron por la obtención del sufragio femenino. En 1902 este movimiento sufragista saltó a la opinión pública con la organización de la Women’s Social and Political Union, bajo la dirección de Emmeline Pankburst, que se hizo presente con una intensiva agitación pública por el derecho al sufragio femenino. Encontró más bien oposición y desconfianza. Aunque ya iban cayendo barreras para el acceso a la educación superior y a las profesiones, finalmente consiguió el voto femenino para las mujeres inglesas en el año 1918, aunque el voto universal llegó en el año 1928. Mientras tanto, el voto femenino se iba extendiendo internacionalmente. Finlandia fue el primer país europeo en conceder el voto a la mujer en 1906 (Nueva Zelanda lo había hecho en 1893). Tras la Primera Guerra Mundial se fue generalizando y extendiendo ese derecho, completándose en los países democráticos tras la Segunda Guerra Mundial. En España, cuyo mayor exponente del movimiento feminista del siglo XIX e inicios del s. XX fue Emilia Pardo Bazán, el sufragio femenino se consiguió en el año 1931 con la II República.
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