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martes, 22 de noviembre de 2022

El “partido fantasma”: el día que Chile se clasificó a un Mundial gracias a un gol sin equipo rival. La URSS se negó a jugar en un estadio donde se retenía, torturaba y asesinaba a miles de chilenos

Ocurrió en el repechaje de las Eliminatorias de la edición de 1974. La Roja protagonizó uno de los hechos más tristes de la historia en el recordado cruce ante la Unión Soviética

El 21 de noviembre de 1973 quedó marcado como uno de los días más tristes del deporte internacional. No fue la primera ni la última vez que la política se involucró en un campo de juego para empantanar situaciones aberrantes con la cortina que puede aportar la pasión por la pelota. Tal vez los casos más recordados fueron los que aplicó Benito Mussolini en el Mundial de 1934Adolf Hitler en los Juegos Olímpicos de 1936 o la Dictadura Militar Argentina en la Copa del Mundo de 1978. Sin embargo, el insólito hecho que ocurrió en Chile quedó impregnado por la ridícula iniciativa que impulsó Augusto Pinochet en el repechaje que debían jugar la selección andina y la Unión Soviética.

Como La Roja solo había integrado el Grupo 3 de la eliminatoria de la Conmebol con Perú (por el retiro de Venezuela) y la escuadra europea había quedado como líder de la Zona 9 de la UEFA ante Francia e Irlanda, los aspirantes a participar de la edición organizada por Alemania en 1974 debían dirimir su clasificación con una repesca a doble partido.

Como la FIFA no contempló el Golpe de Estado que se vivió en la región sudamericana el 11 de septiembre de 1973, la entidad mantuvo las fechas de los compromisos; y para el primer encuentro (organizado para el 26 de ese mes) el líder militar Augusto Pinochet decretó la prohibición para todos los habitantes a salir de su país. Los únicos que viajaron a Moscú fueron los jugadores, dado que el dictador intentó brindar una buena imagen internacional en tierras en donde era considerado un enemigo, ya que el gobierno de la Unión Soviética era aliado de Salvador Allende, el presidente al que había derrocado, y no reconocía a las Fuerzas Armadas de Chile como nuevo gobierno de facto.

Con las relaciones diplomáticas destruidas, el duelo se disputó bajo un clima tenso: las autoridades soviéticas no permitieron el ingreso al estadio Central Lenin a periodistas y fotógrafos. Tampoco estaba permitido el uso de cámaras de foto y video; y los rumores que se instalaron sobre las posibles detenciones de futbolistas chilenos a cambio de la libertad de presos políticos generaron que el choque corriera el riesgo de la suspensión. Sin embargo, 60.000 personas fueron testigos del 0 a 0 que arrojó el encuentro.

“Recuerdo que en Moscú se me acercó un estudiante chileno de la Universidad Lumumba, que era hijo de un militante comunista. Le dije que se olvidara de volver a Chile, porque cualquier tinte rojo iba a ser un peligro para su integridad”, recordó tiempo más tarde Leonardo Véliz, delantero de aquel elenco que visitó las tierras socialistas.

Otro protagonista de ese episodio fue el capitán Francisco Valdés, quien en su regreso debió intervenir ante el propio Pinochet para rescatar de un centro de detención clandestino a su colega Hugo Lepe, primer presidente del Sindicato de Futbolistas Profesionales considerado como un “activista peligroso”.

Para la revancha, en cambio, la Unión Soviética se negó a viajar a un lugar en donde se cometían crímenes de Estado, se violaban los derechos humanos. Los reclamos para llevar el partido a un escenario neutral fueron ignorados por la FIFA; sobre todo por el polémico informe que realizó una Comisión Investigadora de la entidad en el estadio Nacional de Santiago, en el que se confirmó que “se podía jugar”, a pesar de ser uno de los principales centros clandestinos de detención y tortura a presos políticos.

Como lo explicó en más de una ocasión Gregorio Mena Barrales, ex gobernador de Puente Alto que sufrió el cautiverio en el recinto deportivo, “los enviados de la FIFA sólo recorrieron el campo de juego y no advirtieron la presencia de los más de 7.000 detenidos en las celdas improvisadas”.

Ocurrió en el repechaje de las eliminatorias de la edición de 1974

Así, el día que debió disputarse la revancha de la repesca, los reclusos fueron enviados a otro centro en el desierto de Atacama y los jugadores se vieron obligados a salir a la cancha para simular uno de los actos más tristes de la historia: con 15.000 espectadores en las tribunas (algunas teorías aseguran que eran familiares de los desaparecidos que buscaban a sus seres queridos), los futbolistas iniciaron el insólito partido sin sus rivales.

Los 30 segundos que duró el monólogo arrojó la muestra que tuvo el poder político para utilizar al deporte a su favor. El único gol lo marcó el capitán Francisco Valdés y Chile celebró su boleto mundialista, aunque su estadía en la Copa del Mundo duró poco: la derrota con Alemania Federal (1-0) y los empates con Alemania Democrática (1-1) y Australia (0-0) provocaron la eliminación en la primera fase del elenco andino.

Años más tarde, algunos miembros del combinado soviético que no se presentó en Santiago, manifestaron que es posible que su gobierno “no quería perder ante un país con una ideología política diferente” y que en su lugar obtuvieron “una victoria moral ante los ojos del mundo”. Lo llamativo fue que la Unión Soviética nunca había rechazado un compromiso oficial, sin importar la doctrina del país rival. Además, a partir de ese momento la URSS inició su declive futbolístico al no 1978, ni a las ediciones de la Eurocopa de 1976 y 1980. 

domingo, 27 de octubre de 2019

El ecuatoriano que murió en las protestas de Chile. Romario Veloz: La bala que lo mató

Por Jorge López Orozco y Liana Vega 

Vivía en Chile desde niño. Era bailarín y cantante de freestyle, estudiaba en el Inacap y tenía una hija de tres años. Sus amigos dicen que el 20 de octubre salió a maniifestar en La Serena por ella: quería que habitara un país mejor. Una bala disparada por un militar interrumpió su vida, cuando faltaba una hora para el toque de queda. Su familia espera justicia.

A las seis de la tarde del día domingo 20 de octubre, la marcha convocada por organizaciones sociales de La Serena se convirtió en un caos de gritos, balas e impotencia. Era la tercera jornada de movilizaciones sociales en Chile, y niños, adultos y ancianos veían con espanto cómo dos personas yacían en el suelo, heridas por disparos de militares.

Romario Veloz Cortez, de nacionalidad ecuatoriana pero residente en el país desde los nueve años, sacó la peor parte. Una bala le quitó la vida, a pesar de los intentos de otros manifestantes por darle primeros auxilios. De todo esto quedó registro en varios videos captados por testigos, que dieron sus testimonios para este artículo.

Romario, de 26 años, había asistido con sus amigos a la manifestación cuando faltaban dos horas para el toque de queda. Estudiante de primer año de Construcción Civil en el Inacap de La Serena, padre de una niña de tres años, además de bailarín y cantante de freestyle, era muy conocido en esta ciudad y en Antofagasta, lugar donde reside parte de su familia. Ese domingo, desde la manifestación, conversó con Mery, su madre, por una videollamada.
Fue la última vez que ella vio a su hijo con vida.





La marcha se inició en la Avenida Francisco de Aguirre. Cientos de personas bajaron hacia la ruta 5 y enfilaron hacia el mall Plaza La Serena. Ulises (19), quien grabó uno de los videos viralizados por Internet, cuenta que todo era pacífico hasta ese momento. Sin embargo, aunque el toque de queda era a las 20 horas, el mall ya contaba con presencia militar
—Todo era tranquilo hasta que en la bencinera Petrobras de la Panamericana, un pequeño grupo quiso atracar la tienda, cuestión que todos nosotros, la misma gente que iba en la protesta, se encargó de detener volviendo todo a la calma—dice Gabriela Godoy, otra manifestante que estaba en el lugar. 
Minutos después la situación cambió dramáticamente.
Comenzaron a apuntar, siendo que sólo íbamos caminando —asegura Ulises. 
En las imágenes es posible ver esos tensos minutos.



https://twitter.com/liiliiput_/status/1186042515553705984

Los asistentes, que estaban a 200 metros de los soldados, comenzaron a insultarlos.
—No teníamos piedras ni nada, sólo gritos, cuando ellos empezaron a disparar al aire sin advertencia previa —recuerda Ulises. 
La balacera habría durado cerca de tres minutos, calculan los testigos.
El primero en caer fue un hombre llamado Rolando Robledo, herido en el abdomen, que estuvo hasta ayer con riesgo vital en el Hospital de La Serena. Según los testigos consultados, los manifestantes se escondieron detrás de las palmeras que están en los jardines colindantes a la carretera Panamericana. El teléfono de Ulises grabó todo esto, mientras Carabineros comenzaba a lanzar gases lacrimógenos. Fue en esos segundos cuando un proyectil balístico habría perforado el cuerpo del ecuatoriano Romario Veloz.
Kamal Chaibun, de 28 años, estaba a pocos metros de donde yacía Romario. A la marcha había ido acompañado por su pareja, hija, hermanos y madre. Cuando comenzaron los disparos, salió corriendo con su pequeña para protegerla cerca del terminal de buses. 
—Me devolví por mi mamá que estaba atendiendo a Romario, que tenía un impacto en el cuello. Más allá estaba Rolando, que estaba herido tras una palmera. Las balas no pararon. En ese momento la gente enloqueció y se fue en contra de los militares, tiraron piedras. Uno no piensa que esto va a pasar, estaban mi sobrina e hija expuestas. Nos podría haber tocado a nosotros. Estábamos ahí.




El joven ecuatoriano Romario Veloz Cortez, nacido en Esmeraldas, murió de un disparo durante las protestas que se daban en La Serena, Chile.



Ver imagen en Twitter


Las otras familias se refugiaron y corrieron calle arriba. Ulises asegura que la gente trató de defender a Romario, que estaba viviendo sus últimos minutos de vida, rodeándolo y lanzando piedras a los militares. Otro manifestante, Alejandro -no es su verdadero nombre-, grabó lo sucedido y lo transmitió en vivo vía Facebook. 
Después la tele justificaba que lo mataron por andar robando, pero eso nunca pudo haber sido, porque el loco murió antes de que se metieran a saquear a París —asegura.
Carlos Soto, un neurólogo que iba en la marcha, también intentó auxiliar a Romario. En un reportaje del canal 24 Horas, contó que tuvieron que atenderlo agachados, mientras los disparos pasaban por sobre sus cabezas. 
—Emanaba mucha sangre, seguramente la bala lo atravesó. Estuvimos reanimándolo de 7 a 10 minutos. Me dio miedo la situación, fue muy triste —dijo el profesional. 
Poco después, los manifestantes subieron el cuerpo de Romario a la camioneta de un civil, y lo llevaron al Hospital San Juan de Dios de La Serena, donde falleció oficialmente a las 19:02, una hora antes de que comenzara el toque de queda. El certificado de defunción indica: “Herida por arma de fuego cervicotorácica con salida de proyectil”.




Al día siguiente, el lunes 21, el general de Ejército y jefe de las FFAA en La Serena y Coquimbo, Jorge Morales, declaraba a diversos medios ataviado con una boina verde oliva: “Son hechos circunstanciales en enfrentamientos con grupos violentistas, eso hay que dejarlo en claro. Nadie quiere que se muera nadie”. Sin embargo, pocas horas antes de sus declaraciones, otra persona ya había sido asesinada en Coquimbo por balas militares: su nombre era Kevin Morgado, y el militar acusado de su muerte actualmente se encuentra detenido.
El resultado de la autopsia del Servicio Médico Legal fue entregada a sus familiares. Pero su tía Kelly Cortez –la portavoz de la familia– confiesa que aún no tiene el valor de leerla. El SML tampoco la ha revelado públicamente: “No podemos dar esa información. Los informes periciales son de exclusividad de la fiscalía que lleva la causa”, explican.

En tanto, el fiscal regional de Coquimbo, Adrián Vega, a cargo de la investigación —junto al fiscal adjunto Germán Calquín—, dio una declaración a la prensa difícil de interpretar:
“Se están revisando las circunstancias de una eventual agresión ilegítima que provocase, quizá, un eximente o, quizás, una responsabilidad atenuada de las personas y, efectivamente, la imputación misma de qué disparo pudo haber provocado una lamentable muerte de un ciudadano”.




***
—Era el regalón de la familia, el que siempre prendía la fiesta. Era hip hopero y andaba con su grupo para todos lados, bailando, cantando. Así era conocido en Antofagasta y La Serena —cuenta su tía Kelly.

Romario Veloz llegó a Chile en 2003 junto a un hermano menor, cuando su madre, Mery, se casó con un chileno. Antofagasta fue el sitio que reemplazó a su Quito natal. Debido a que su padre chileno trabaja en la minera Escondida, la familia se compró una segunda casa en La Serena. Romario viajaba entre ambas ciudades, hasta que en 2019 entró a estudiar al Inacap.
Ariel Bravo, un amigo con quien solía hacer música, lo recuerda: 
Era un hombre que lo daba todo por su hija. Trabajaba en la construcción o en la calle, hacía de todo para que no le faltara nada a ella. Para mí, era un hermano. Siempre me levantaba el ánimo, era un hombre fuerte. No me lo deberían haber quitado.

Ese amor por su hija fue lo que lo llevó a protestar por mejoras sociales, asegura Ariel. Cuenta que hablaron justo antes de la marcha, y le dijo que se cuidara, porque la situación estaba difícil. No tuvo más contacto con él, hasta que llegó a su velorio. 




En este lugar recibió el disparo Romario Veloz Cortés, joven ecuatoriano asesinado por militares cuando marchaba por un nuevo Chile ✊🏽



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El domingo 20, cuando Romario llamó a su madre por videollamada, estaba protestando con mucha gente y con sus amigos. La historia la cuenta su tía Kelly.
Recuerda que hay toque de queda más rato —le habría dicho su madre. Él le respondió que no se preocupara, que se iría pronto.

Pocas horas después, ella lloró devastada al ver, a través de redes sociales, el video que grabó Ulises. En las imágenes reconoció las zapatillas rojas de su hijo. Comenzó a gritar.

—Aún no sabemos quién fue, pero no queremos que quede impune. Hay fotos y videos del hecho. Hace poco le contaron a su hija pero es chiquitita y aún no asimila bien la situación. Ella viajaba con él a Serena, era la luz de sus ojos —cuenta su tía.
Romario Veloz Cortez fue enterrado el 23 de octubre en Antofagasta. Los traslados fueron pagados por el Consulado de Ecuador. En ese país, la Asamblea Nacional, órgano que ejerce el poder legislativo, rindió un minuto de silencio en su honor.

*La lista de muertos durante las manifestaciones sociales y disturbios no ha parado de crecer con el paso de los días y las noches de toque de queda. Cuerpos encontrados en edificios en llamas o baleados en las protestas en distintos puntos del país, en circunstancias poco claras, son parte de la realidad chilena. De ellos, sólo cuatro de los fallecidos hasta ahora han sido reconocidos por el gobierno como víctimas de balas militares. Esta serie de perfiles, elaborados por un grupo de periodistas independientes y alumnos de la Universidad Alberto Hurtado, organizados a partir del Estado de Emergencia, pretenden dejar registro de quiénes eran las personas que perdieron su vida en estos días de esperanza y violencia, y en qué circunstancias ésta les fue arrebatada. El equipo es coordinado por Gabriela García B. Edición de textos: Gabriela García y Nicolás Alonso.

sábado, 26 de octubre de 2019

Los datos para entender mejor por qué estalló Chile

El país latinoamericano se mira en dos espejos: el de la alta renta y la elevada desigualdad. La excesiva incertidumbre y la ausencia de una red pública protectora aceleran la falta de expectativas


Por Jorge Galindo



Un manifestante en una protesta en Santiago este viernes. REUTERS

Una crisis que sólo predijeron algunos astrólogos”. Así la calificaba Adriana Valdés en su descorazonadora columna del pasado lunes. Chile ha estallado en protestas que no cesan pese al reciente cambio de tono y a las medidas propuestas por el Gobierno de Sebastián Piñera. Unas protestas que, al menos en su versión original de evasión en el metro de la capital, contaban con un apoyo amplio entre la ciudadanía (no en sus vertientes más violentas, en las que reciben una severa censura social).

martes, 17 de septiembre de 2019

Así lo mataron a Víctor Jara. Reconstrucción de los hechos con relatos de los testigos

La muerte lenta de Víctor Jara

Torturado y asesinado por los golpistas chilenos, el cantautor fue sepultado de forma casi clandestina en un modesto nicho. 


La muerte lenta de Víctor Jara' es un reportaje del suplemento 'Domingo' del 6 de diciembre de 2009

Cansados y con sus manos entrelazadas en la nuca, los 600 académicos, estudiantes y funcionarios de la Universidad Técnica del Estado (UTE) tomados prisioneros por los militares golpistas iban entrando al Estadio Chile, un pequeño recinto deportivo techado cercano al palacio de La Moneda. 

Un oficial con lentes oscuras, rostro pintado, metralleta terciada, granadas colgando en su pecho, pistola y cuchillo corvo en el cinturón, observaba desde arriba de un cajón a los prisioneros, que habían permanecido en la universidad para defender el Gobierno del presidente socialista Salvador Allende

Era el 12 de septiembre de 1973, día siguiente del golpe militar, en el alba de la dictadura de 17 años encabezada por el general Augusto Pinochet.

Con voz estentórea, el oficial repentinamente gritó al ver a un prisionero de pelo ensortijado:
-¡A ese hijo de puta me lo traen para acá! -gritó a un conscripto, recuerda el abogado Boris Navia, uno de los que caminaba en la fila de prisioneros.



"¡A ese huevón!, ¡a ése!", le gritó al soldado, que empujó con violencia al prisionero. "¡No me lo traten como señorita, carajo!", espetó insatisfecho el oficial. Al oír la orden, el conscripto dio un culatazo al prisionero, que cayó a los pies del oficial.
-¡Así que vos sos Víctor Jara, el cantante marxista, comunista concha de tu madre, cantor de pura mierda! -gritó el oficial. Navia rememora. Es uno de los testigos del juez Juan Fuentes, que investiga el asesinato del cantautor, uno de los crímenes emblemáticos de la dictadura, porque Jara fue con su guitarra y con sus versos el trovador de la revolución socialista del Gobierno de Allende en Chile.
 Por su impacto y la impunidad en que están los culpables, el crimen de Jara es en Chile el equivalente al asesinato de Federico García Lorca en España.
"¡No me lo traten como señorita, carajo!", gritó un militar al ver a Víctor Jara. Después le dio un culatazo

"Lo golpeaba, lo golpeaba. Una y otra vez. En el cuerpo, en la cabeza, descargando con furia las patadas. Casi le estalla un ojo. Nunca olvidaré el ruido de esa bota en las costillas. Víctor sonreía. Él siempre sonreía, tenía un rostro sonriente, y eso descomponía más al facho. 
De repente, el oficial desenfundó la pistola. Pensé que lo iba a matar. Siguió golpeándolo con el cañón del arma. Le rompió la cabeza y el rostro de Víctor quedó cubierto por la sangre que bajaba desde su frente", cuenta a un periódico el abogado Navia.
Los prisioneros se habían quedado pasmados mirando la escena. Cuando el oficial, conocido como El Príncipe y hasta hoy no identificado con plena certeza, se cansó de golpear, ordenó a los soldados que pusieran a Jara en un pasillo y que lo mataran si se movía. 
El autor de canciones como El cigarrito y Te recuerdo Amanda, que Serrat, Sabina, Silvio Rodríguez y Víctor Manuel han incorporado en sus repertorios, entró así al campo de prisioneros improvisado por los militares donde vivió sus últimas horas.
Muchos recordaron a Jara con emoción esta semana, cuando su viuda e hijas y la fundación que lleva su nombre organizaron el funeral que no pudo tener en 1973, la despedida popular que merecía, para sepultar los restos del cantautor, exhumados en junio por orden del juez y devueltos a la familia después de una nueva autopsia, que confirmó las huellas de bala y torturas.
El ensañamiento con Jara fue uno de los signos de la dictadura de Pinochet (1973-1990), que truncó con brutalidad el Gobierno de Allende y los sueños socialistas, dejando un reguero de más de 3.200 muertos y desaparecidos, alrededor de 30.000 torturados y decenas de miles de exiliados. El Chicho, como era conocido Allende, un médico socialista y masón, había llegado a la presidencia en 1970, en su cuarto intento, con el 36% de los votos, encabezando la Unidad Popular, la coalición que reunía a la izquierda chilena en un arco multicolor.
Con un programa que ofrecía reforma agraria, medio litro de leche diaria para los niños y la nacionalización del cobre, principal riqueza de Chile, en manos de empresas norteamericanas, la victoria de Allende en las urnas, la primera de un marxista en Occidente en plena guerra fría, sorprendió a Estados Unidos e insufló esperanzas en muchos países, incluidos los opositores de Franco en España. Un irritado presidente Richard Nixon ordenó en la Casa Blanca intensificar las acciones desestabilizadoras.
Pero en Chile se vivían tiempos de efervescencia. Las movilizaciones sociales iban en ascenso y con Allende en La Moneda, el Gobierno ganó apoyo en las urnas en lugar de perderlo. El cerrojo norteamericano se apretó con el embargo de las exportaciones de cobre, en réplica a una nacionalización en la que Chile resolvió no indemnizar a las empresas expropiadas por haber obtenido ganancias excesivas, mientras la oposición de centro y derecha se reunió en una coalición contra Allende, y la izquierda más radicalizada comenzó a desbordar al Gobierno acusándolo de reformista. La lucha política se exacerbó.
El Gobierno socialista concitó una amplia adhesión de artistas e intelectuales. En los tres años de Allende, Chile vivió un destape cultural como nunca antes y Víctor Jara fue uno de los protagonistas. Hijo de inquilinos campesinos, conoció de la explotación y miseria en su infancia y juventud. Aprendió música por la intuición de su madre. Cuando ella falleció, viajó a Santiago a estudiar teatro. Como director teatral recibió premios de la crítica y la prensa por sus montajes e hizo giras por dos continentes.
Mientras estudiaba dramaturgia, comenzó a tocar y componer con el grupo Cuncumén. Después trabajó con la pléyade del folclor chileno: Quilapayún, Inti Illimani, Ángel e Isabel Parra, Patricio Manns, Rolando Alarcón. Violeta Parra, la autora del universal Gracias a la vida, fue una de las que descubrió tempranamente el talento de Jara como compositor e intérprete.
Militante comunista, Jara defendió a la Unidad Popular con su guitarra, hizo canciones de protesta, pero sus obras mayores, aquellas más sencillas e imperecederas, son las que brotan desde la tierra y de la pobreza de las barriadas periféricas de Santiago, las fuentes de su saber. Víctor creía que "la mejor escuela para el canto es la vida", recuerda su viuda, Joan Turner, en Un canto trunco, las memorias de Jara. Nombrado embajador cultural por Allende, prefería compadrear en una peña popular a los cócteles de diplomáticos.
Un conscripto confesó que jugaron a la ruleta rusa antes de acribillarlo en el subterráneo
Durante el paro de octubre de 1972, con el que la oposición quiso poner de rodillas al Gobierno, junto con decenas de miles de personas, Jara salió a realizar trabajos voluntarios para impedir que la economía se detuviera. En la vorágine escribió Manifiesto, su testamento musical: "Yo no canto por cantar / ni por tener buena voz, / canto porque la guitarra / tiene sentido y razón".
Con la inflación desbocada, desabastecimiento y mercado negro, el transporte paralizado y con el mayor partido opositor, la Democracia Cristiana, cerrando las puertas al diálogo para encontrar una salida, a Allende casi no le quedan opciones, y muchos creen que un golpe militar es inminente. Resuelve que el martes 11 septiembre llamará a un plebiscito que decidirá si sigue o no en el poder. Enterados, los militares adelantan el golpe militar para ese martes.
El escenario que había escogido Allende para pronunciar este discurso que podría haber cambiado la historia es la sede de la UTE. Nunca llegó. Enterado de la sublevación militar, Allende acude con sus colaboradores más cercanos a La Moneda, a defender la democracia. Dispuestos a todo, los militares bombardean el palacio y Allende, que sólo saldrá sin vida de ese lugar, pide a los trabajadores que permanezcan en sus puestos, pero que no se dejen provocar, y anticipa en su lúcido discurso final que otras generaciones superarán ese momento.
En asambleas por facultad, la comunidad de la UTE resolvió permanecer en la sede universitaria, como pidió Allende. Entre ellos, Víctor Jara, que trabajaba en extensión en la universidad e iba a cantar en el acto de Allende. Habla dos veces por teléfono con Joan y cree que volverá a casa al día siguiente. Esa noche anima a los estudiantes en su último recital, mientras en todo Santiago suenan las balas de los militares.
Al día siguiente, los militares instalan un cañón frente a la universidad y disparan a la rectoría mientras un centenar de soldados vacía sus cargadores. No hay resistencia: estaban desarmados. Rompen puertas y cerrojos y toman prisioneros a los 600 que permanecían ahí.
El infierno está a un par de kilómetros, en el Estadio Chile, rebautizado en democracia como Estadio Víctor Jara. Ahí el cantautor queda tendido en el suelo. A un estudiante peruano que confunden con cubano le cortan una oreja con un cuchillo. A un profesor de ciencias sociales que llevaba pruebas recién corregidas de sus alumnos le piden las dos mejores notas, las entrega y lo obligan a que se coma las hojas. Los amenazan con barrerlos con "las sierras de Hitler", ametralladoras de gran calibre cuyas balas cortan los cuerpos. Un obrero grita: "¡Viva Allende!", y se arroja desde las graderías, muriendo desangrado. En el recinto caben apretadas 2.000 personas, pero hacinan a más de 5.000 prisioneros.
El Príncipe tiene visitas de oficiales y quiere exhibir a Jara. Un oficial de la Fuerza Aérea que está con un cigarrillo le pregunta a Jara si fuma. Con la cabeza, niega. "Ahora vas a fumar", advierte, y le arroja el cigarrillo. "¡Tómalo!", grita. Jara se estira tembloroso para recogerlo. "¡A ver si ahora vas a tocar la guitarra, comunista de mierda!", grita el oficial y pisotea las manos de Jara, relata Navia.
"Cuando llegaron más prisioneros y los soldados fueron a recibirlos, Víctor se quedó sin custodia. Entre varios lo arrastramos adonde estábamos y comenzamos a limpiar sus heridas. Llevaba casi dos días sin comida ni agua", dice Navia. Un detenido consigue que un soldado le regale un tesoro: un huevo crudo. Se lo dan a Jara. Con un fósforo, el cantautor perfora el huevo en ambos extremos y lo sorbe. "Nos dijo que así aprendió en su tierra a comer los huevos", recuerda.
A Jara le vuelven las energías. "Mi corazón late como campana", dice. Y habla, de Joan y sus hijas. Dos detenidos logran salir libres gracias a contactos. Varios escriben mensajes breves para que avisen a sus parientes de que están vivos. Víctor pide lápiz y papel. Navia le pasa una libreta pequeña de apuntes, que hoy conserva la Fundación Jara como pieza de museo. Escribe con dificultad sus últimos versos: "Canto que mal que sales / Cuando tengo que cantar espanto / Espanto como el que vivo / Espanto como el que muero".
Repentinamente, dos soldados lo toman y arrastran, y Jara alcanza a arrojar la libreta. Navia se queda con ella. Comienza una golpiza más brutal que las anteriores, a culatazos. Otros prisioneros lo verán con vida horas después. Un conscripto, José Paredes, confiesa 36 años después que jugaron a la ruleta rusa con Jara antes de acribillarlo en los subterráneos. Es el único procesado vivo en el caso. El otro, el jefe del recinto, el coronel Mario Manríquez, falleció. La primera autopsia, en 1973, revela 44 disparos. La nueva, en 2009, confirma que Jara murió por múltiples impactos. Pero Paredes se retracta de su confesión.
Al anochecer del sábado 15 de septiembre trasladan a los prisioneros del Estadio Chile al mayor recinto del país, el Estadio Nacional. "Al salir al foyer para irnos, vemos un espectáculo dantesco. Hay entre 30 y 40 cadáveres apilados, y dos de ellos están más cercanos. Todos están acribillados y tienen un aspecto fantasmagórico, cubiertos de polvo blanco, porque cerca estaban apilados unos sacos de cal para hacer reparaciones, que cubre sus rostros y seca la sangre. Reconozco a Víctor en primer lugar, y después al abogado y director de Prisiones Littré Quiroga", relata Navia.
A Jara le han quitado el chaquetón que otro prisionero le había pasado porque tenía frío. Esa noche, los soldados arrojan seis de estos cadáveres, Jara entre ellos, junto al Cementerio Metropolitano, en el acceso sur de Santiago. Una vecina reconoce al cantautor y avisa para que lo recojan. Cuando el cuerpo llega a la morgue, un trabajador de este servicio, que era comunista, también reconoce a Jara y avisa a su esposa Joan para que lo sepulte antes de que lo sepulten en una fosa común.
El cuerpo del cantautor está junto al de cientos de víctimas en un mesón de la morgue, al final de una fila de jóvenes. Sólo tres personas acompañan a Joan en el funeral semiclandestino que se celebró en el Cementerio General de Santiago, donde fue inhumado en un humilde nicho. Jara está en su cenit creativo, poco antes de cumplir 41 años, y quienes tronchan su vida no saben que lo están haciendo más universal, a él, pero también a ellos mismos.

'La muerte lenta de Víctor Jara' es un reportaje del suplemento 'Domingo' del 6 de diciembre de 2009

Algunas cosas que debemos saber sobre la amenaza de Rusia de usar armas nucleares:

1) ¿Qué tan factible es que se cumpla la promesa de Putin? Todos los Estados nucleares saben que el uso de este tipo de armas abre la puerta...