Boaventura de Sousa Santos, reconocido jurista y sociólogo portugués, a una semana del ballottage
El
experto analiza la contundente victoria en primera vuelta del
ultraderechista Jair Bolsonaro. Por qué el 28 de octubre se juega la
continuidad del régimen democrático. La embestida de la derecha contra
el PT, el “fascismo financiero”, los medios y las iglesias evangélicas.
Boaventura
de Sousa Santos (Coímbra, Portugal, 1940) es una de las voces más
autorizadas dentro de la sociología jurídica y un referente indiscutido
en el pensamiento político y social contemporáneo. Entrevistado por
PáginaI12, el investigador sostiene que la segunda vuelta representa en
Brasil “un auténtico plebiscito sobre si (ese país) debe seguir siendo
una democracia o pasar a ser una dictadura de nuevo tipo”. A
continuación, explica por qué trabajadores, jóvenes, sectores medios,
afroamericanos, marginados, hombres y mujeres del pueblo dieron su voto a
un candidato que grita a cuatro vientos y con orgullo que, de ser
presidente, sus políticas no estarán justamente a favor de ellos.
–¿Cuáles son para usted las razones del triunfo del candidato de la ultraderecha Jair Bolsonaro en primera vuelta?
–Es
una situación muy compleja porque Brasil, en este momento, es casi un
laboratorio de transformación política conservadora en el continente. No
solamente en el continente, en el mundo. Pienso que en la primera
década del milenio Brasil fue, junto con otros países de América Latina,
el país que más mostró las potencialidades de una transformación
progresiva de las sociedades altamente desiguales, altamente
discriminatorias, como son todas las sociedades que salieron del
colonialismo europeo. Los avances fueron notables, por ejemplo, en
términos de hambre. Durante estos períodos la gente ya no se iba a
dormir hambrienta. Como decía Lula, “mi ambición es que la gente coma
tres veces al día”. Y muchas otras políticas que intentaron disminuir la
pobreza, ampliar el acceso a los bienes públicos, mejorar los bienes
públicos de educación, de salud, de acceso a la universidad, y también
medidas antidiscriminatorias contra la población negra, que es la
mayoría, pero que ha sido siempre una minoría política. También se
consiguieron avances notables con políticas afirmativas, de cuotas, para
las mujeres. Fue un progreso notable. Y entonces, casi repentinamente,
todo se derrumba, todo colapsa. Luego de esto los elementos
antidemocráticos de la sociedad brasileña tomaron el liderazgo.
Podríamos decir que en el tiempo anterior la lógica democratizante de la
sociedad brasileña tenía predominio sobre la lógica antidemocrática,
que es típica de una sociedad oligárquica, colonial, muy desigual y
discriminatoria. Este desequilibrio se transforma rápidamente como si
fuera un péndulo, donde las fuerzas antidemocráticas toman el
liderazgo.
–¿De qué manera lo hicieron?
–Primero, esas fuerzas antidemocráticas de inmediato cuestionan los
resultados electorales de 2014 de la ex presidenta Dilma, y empiezan de
inmediato un impeachment y una guerra total contra el PT. Esta guerra va
a ser realmente muy agresiva porque busca eliminar rápidamente de la
memoria del pueblo los beneficios del período anterior, al transformar
al PT en un grupo de bandidos corruptos que desgraciaran el país. Se
llevó adelante una demonización del PT terrible en los medios
tradicionales, convencionales, sobre todo desde la TV Globo, y también
en los periódicos oligopólicos. Fueron todos unánimes en demonizar al
PT. Por eso, la narrativa que se impuso fue la narrativa de la
corrupción. A partir de aquí, la narrativa políticamente correcta es una
narrativa antipolítica, en contra de la corrupción, una política
despolitizada. Tenemos que luchar contra la corrupción y para eso es
necesario que la policía y el sistema judicial actúen, y la operación
Lava Jato es el mejor ejemplo de todo este movimiento. Una primera
observación es que se dio una especie de reversión muy rápida y muy
sorprendente para mucha gente. Brasil, el país del Foro Social Mundial
(FSM), el país del Movimiento de los Sin Tierra (MST), considerado el
más importante del continente y del mundo, repentinamente ve atacadas
todas estas conquistas y no reacciona de manera rápida. Y esto va a
durar hasta la prisión de Lula. Hasta que Lula fue a prisión no vimos un
movimiento social muy organizado de resistencia a este golpe
institucional, y cuando la resistencia surge es casi una resistencia
negativa, es decir, una resistencia para pedir por la libertad de Lula,
pero ya no por las políticas de aquel otro período, sino por la
injusticia de su condena. Esto ha sido una primera fase; después entran
en juego otros factores.
–¿Cuáles, por ejemplo?
–Creo que entraron otros factores que de alguna manera desbordaron
las intenciones de las oligarquías que organizaron el golpe. Yo creo que
muchas de ellas organizaron el golpe con el intento de restaurar la
democracia; una democracia que no amenace sus ganancias. Porque la
resistencia contra el PT empieza cuando hay una crisis del capitalismo
global, una crisis financiera después de 2008, una crisis que venía
también de una cierta atenuación del ritmo de desarrollo de China. Hay
una crisis de ganancias del capital y una amenaza al capital financiero;
entonces de inmediato intentan reaccionar. No fueron los empresarios
los primeros en reaccionar sino el capital financiero, que va a tomar el
liderazgo. Va a abrir espacios para fuerzas que estaban latentes en una
sociedad colonial, desigual, donde los cambios son recientes. Una
sociedad que empezó a luchar contra el racismo apenas diez años antes;
el racismo estaba en la cabeza de la gente, incluso de aquella que ha
sido beneficiada por Lula.
–¿Esos avances y esas reivindicaciones no lograron construir una nueva cultura política?
–Creo que las políticas no fueron sostenibles durante mucho tiempo
para crear otra cultura. El mismo PT no intentó crear otra cultura
ciudadana; intentó crear más consumidores, pero no una cultura
ciudadana, o una cultura campesina de comer cosas saludables, por
ejemplo. Era plata para ir a comer comida basura de los fast food y las
comidas todas procesadas en detrimento de la agricultura campesina.
Entonces, esos demonios que fueron sueltos, y que vienen de un pasado de
grandes desigualdades, surgieron exactamente en la persona de
Bolsonaro. Esta corriente está en todo el continente. Vemos de alguna
manera lo que ocurre en la Argentina, y muy claramente lo que pasa en
Colombia, que es muy grave, y de alguna manera en Ecuador también. El
avance de las fuerzas democráticas va a ser rápidamente neutralizada
por fuerzas antidemocráticas que estaban dormidas.
–¿Pero cómo se explica que un sector tan amplio de las clases
populares haya apoyado a un candidato que se presenta abiertamente en
contra de las políticas que los beneficiaron?
–Primero, las medidas antipopulares del gobierno después del golpe,
que son muy claras, no tienen un impacto inmediato en la vida de la
gente, como habíamos visto en Portugal y en Europa con las llamadas
políticas de austeridad. Algunas medidas no entran en el bolsillo de las
familias de un día para el otro. Por ejemplo, Temer quiere privatizar y
eliminar el sistema de salud, pero todavía no lo hizo, no tuvo la
oportunidad todavía. Lo que quiero decir es que los impactos en las
familias, en los bolsillos de la gente, tardan dos o tres años en
repercutir. Por eso en una parte inicial es fácil para los medios de
comunicación convencer a la gente. Los medios fueron muy agresivos y
llevaron la situación de la política para la ética. No son las medidas
que interesan. Y todavía hoy vemos que Bolsonaro no habla de su política
económica. Es la ética contra la corrupción; los honestos contra los
corruptos. Ahora, toda la gente está a favor de los honestos, entonces
si los medios bombardean todos los días con la lucha contra la
corrupción... El segundo factor que entra aquí es la dimensión
internacional. En Brasil, y no solamente, actúan los medios oligopólicos
y las oligarquías locales. No se han dado cuenta de que el imperialismo
norteamericano estaba buscando una oportunidad para revertir todas
estas políticas progresistas que amenazaban su dominio, que se atenuó un
poco cuando Estados Unidos estuvo muy preocupado por Irak y abandonó un
poco el continente. Pero el golpe de Honduras fue la primera señal de
que Estados Unidos estaba volviendo al continente; desde entonces, en
2012 Fernando Lugo en Paraguay, y después Dilma. Aquí se puede ver que
hay otra dimensión imperial muy fuerte, que no es la dimensión de la
imposición militar de la dictadura, sino la transformación de una
democracia nacionalista y desarrollista, pero nacionalista, por la
sustitución de una “nueva” democracia, como la llaman ahora los
militares en Brasil.
–¿En qué consiste esa “nueva” democracia?
–Es una democracia sin Partido de los Trabajadores, una democracia
amiga de los mercados, y una democracia que abre toda la economía a la
ganancia del capital internacional. Bolsonaro es el símbolo de todo
esto. Y ahora se hace claro todo el apoyo internacional, del mercado
digital, la propagando digital, a Bolsonaro. Es una conjunción de
trabajo militar y económico internacional, dos nuevas fuerzas que actúan
en el continente. Los militares con políticas de contrainsurgencia
psi-sociales: no son armas, son fake news, herramientas bien entrenadas
por servicios de inteligencia de Inglaterra y Estados Unidos a lo largo
de los tiempos. También están los think tanks de Estados Unidos, que
hablan de privatización, de liberalización. Hay aquí una estrategia del
continente global del imperio en cuanto a que Brasil era particularmente
importante de neutralizar por los BRICS. Una política fundamental.
–De ahí que usted hable de Brasil como un laboratorio...
–Si gana la extrema de Bolsonaro esta corriente va a ganar un poder
enorme, no solamente en el continente, sino también en Europa. Italia
será el primer blanco de esta política de extrema derecha, que sigue
también con Hungría y con Polonia. Si los demócratas brasileños logran
vencer esta corriente antidemocrática de extrema derecha, será una señal
muy poderosa para todo el continente de que esta gente no es
invencible, y de que internet no hace todo. En esto es en lo que
estamos. Es una situación muy dramática, porque en este momento en
Brasil se juega el destino de la democracia en el continente, y en el
mundo de alguna manera.
–¿Cree que Bolsonaro realmente llevaría a la práctica lo que sostiene su discurso radical?
–Pienso que si Bolsonaro gana va a ser todavía peor de lo que dice,
porque las medidas van a ser brutales y va a haber resistencia popular. Y
como va a existir resistencia, los militares ya están diciendo que hay
que mantener la paz en el país, y mantener la paz para ellos es
reprimir. Bueno, de hecho, la represión ya está en las calles. Los
grafitis que aparecen en los baños de las universidades dicen que, si
Bolsonaro gana, la universidad va a ser Columbine (en alusión a la
masacre de la Escuela Secundaria de Columbine), es decir, una masacre en
la universidad. Es muy preocupante porque para los mercados financieros
no interesa que Bolsonaro sea racista, sexista u homofóbico, porque lo
que quieren es ver cómo va a arreglar la economía. Siempre con la idea
de que cuando empiece a crecer la economía todo va a ser mejor. Como
hicieron de hecho con la Argentina, que ahora está bajo el comando del
Fondo Monetario Internacional (FMI). Intentaron hacerle lo mismo a los
portugueses y no funcionó. Sabemos que es una ilusión, como lo sabemos
en Europa; intentaron decirles lo mismo a los portugueses y no funcionó,
pero Grecia está todavía luchando. Realmente creo que con Bolsonaro
vamos a pasar un momento muy difícil, y no sé si la democracia sobrevive
en Brasil. Con Haddad no sería fácil tampoco, porque los fascistas
están sueltos en las calles en este momento, y no va a tener a los
militares de su lado, que están del lado de Bolsonaro. Por otra parte,
si algo fatal pasara con Bolsonaro, su vicepresidente es general. Es
decir, los militares están seguros. No se habla de la enfermedad de
Bolsonaro, hay un misterio enorme. Si algo le pasara, tiene un vice que
es aún más agresivo en su discurso. Esta lógica de los militares, de
regresar a la política por vía democrática, es lo que me preocupa. La
Argentina, de alguna manera, eliminó esa posibilidad a través de una
transición en que los militares fueron a prisión. En Brasil no; en
Brasil los militares condicionaron la transición hasta hoy. Ahora dicen
que no son ciudadanos de segunda clase y que quieren intervenir en la
política. Y lo están haciendo a través de Bolsonaro y su vice.
–¿Qué sucede con los partidos de izquierda brasileños?
–Creo que en Brasil la unidad de las izquierdas podría haber sido
distinta de lo que fue, y tal vez un candidato como Ciro Gómez podría
ser mejor candidato que Haddad, porque la demonización del PT fue muy
fuerte. Ciro Gómez fue ministro de Lula pero no era del PT. Por la
situación, creo que en este momento la lucha no es “izquierdas del
mundo, unidos”, sino “demócratas del mundo, unidos”. Si la extrema
derecha llega a la presidencia, lo que va a crear no es un fascismo de
tipo antiguo, sino un fascismo de tipo nuevo, esto es, reducir la
democracia a lo mínimo, con mucha exclusión social y mucha represión. Es
por eso que hay dos cosas en Bolsonaro muy importantes: el terror y la
ideología. Las dos son fuertes. El régimen puede ser formalmente
democrático, pero la sociedad es cada vez más fascista. Se disemina un
fascismo social y se impulsa la lógica de la guerra civil.
–Sostiene que “la tragedia de nuestro tiempo es que la
dominación está unida y la resistencia está fragmentada”. ¿Le parece que
esto explica, en parte, el presente de Brasil?
–El drama es que el caso brasileño muestra muy claramente que la
derecha se sirve de la democracia pero no quiere servir a la democracia.
Si le es útil bien, sino demonizan, hacen golpes y pueden destruirla.
Por eso he dicho que las izquierdas en su pluralidad son las que pueden
garantizar, en este siglo reaccionario que tenemos, la defensa de las
democracias. Pero la fuerza de las fuerzas de derecha es tan grande que
las izquierdas tienen una dificultad enorme para discutir sus
diferencias y buscar una alternativa. En este momento vemos en Brasil
que todos se juntan a defender a Haddad, que es correcto, pero hay que
hacerlo sin condiciones. No es de esperar que haya una renovación o
repensar las izquierdas en este contexto, porque hay que defender lo
mínimo, que es la democracia. Necesitamos que la izquierda defienda la
democracia, y para defenderla eficazmente, la izquierda tiene que
transformarse. Tiene que articularse con los movimientos sociales
antisexistas y antirracistas, los sindicatos tienen que estar unidos con
los otros movimientos, y los partidos tienen que convertirse en
movimientos con democracia participativa interna, que es la única que
nos puede defender de la corrupción, porque la corrupción fue muy grande
dentro del PT. Una cosa es la corrupción para hacer campaña política y
otra cosa para tener un departamento, como se dice del caso de Lula, que
se tiene que probar judicialmente. Ahora, que hubo corrupción, hubo
corrupción. La izquierda debe que decir “corrupción cero”; no puede
haber un gobierno de izquierda con un mínimo de corrupción. Y aquí hay
una esperanza porque Haddad es dentro del PT el político que representa
lo más honesto. En esta renovación de la que hablo hay que discutir las
diferencias y unirnos las izquierdas y lo que es común sin dejar de
tener las identidades, como estamos haciendo en Portugal. Se está
intentado la unión de las izquierdas, pero sabemos que las condiciones
defensivas lo hacen muy difícil. Ahora en Chile hay un Frente Amplio
(FA); es interesante. Es decir, se están intentando unir en otra base.
Es un proceso histórico largo. Nosotros estamos impacientes, pero la
historia tiene mucha paciencia.
–Se dice que en Brasil la iglesia evangélica salió a apoyar
abiertamente a Bolsonaro. ¿Se la puede considerar un actor con capacidad
de movilizar masas?
–La iglesia evangélica en la Argentina y Brasil son dos fases del
mismo proceso. Avanza siempre por cuestiones que tienen que ver con la
familia, la sexualidad, el aborto, etc. Pero cuando tiene bastante
poder, toma una posición política global, ya no es el aborto, es el
candidato más fascista y más reaccionario que puedan imaginar. Y lo
vemos ahora en su fase más avanzada de las iglesias evangélicas en
Brasil, que han dicho muy claramente que están detrás de Bolsonaro y lo
financian, lo promueven. O sea ya no es una política de orientación
sexual, de derechos de las mujeres, o derechos reproductivos, ahora es
la política global que pone en claro su blanco fundamental: una economía
neoliberal, abierta y a la disposición de los Estados Unidos. Las
iglesias evangélicas están muy conectadas con las iglesias evangélicas
de los Estados Unidos, como en África, son ellas las misioneras del
neoliberalismo global y obviamente, por implicación, del imperialismo
norteamericano. Empiezan por cuestiones no políticas, la familia, la
concepción, por ejemplo, hasta que llega un momento en el que adquieren
fuerza, y dicen “este es el candidato”, y entonces entran directamente a
la política.
–¿Qué sucede con la Iglesia Católica?
–La Iglesia Católica se quedó paralizada en todo este proceso. Muy
tardíamente, ahora con el papa Francisco, intenta animar a decir, por lo
menos, que no se debe votar por Bolsonaro, o que se debe votar para
defender la democracia. Pero la iglesia católica está desarmada. Esto
fue un proceso histórico que viene desde el papa Juan Pablo II de
desarmar la Teología de la Liberación y armar la Teología de la
Prosperidad. La primera era católica, la segunda es evangélica. Cayó la
primera, subió la segunda. La gente necesita de religión, la católica se
debilitó en los barrios y la periferia, y las evangélicas entraron.
–A pocos días de la segunda vuelta en Brasil, ¿más esperanza que miedo, o más miedo que esperanza?
–Más miedo que esperanza. Lo que hay que notar es que Brasil está
testeando instrumentos que pueden ser útiles al mundo en general. Por
ejemplo, acaban de hacer una petición internacional a Google y Facebook
sobre el WhatsApp. Se mostró claramente que solamente el ocho por ciento
de la red de Whatsapp que fue por Bolsonaro vehiculó verdades, ocho por
ciento, probado por análisis de técnicas bien hechas en Brasil.
Entonces solicitaron a Facebook y a Zuckerberg que limiten las
posibilidades de extensión de esto, pero Facebook y Whatsapp están
diciendo que es demasiado tarde, que no se puede; no quieren hacerlo. En
India, cuando sucedió la ola de masacres por culpa de noticias falsas
que corrieron por WhatsApp, éste pudo limitar la divulgación de las
noticias falsas. Brasil es una prueba fabulosa para esto, y muy
inquietante. Como diría el gran poeta portugués Fernando Pessoa, es un
tiempo de inquietud, que va a pasar. Pero hay que decirle a la gente que
está en la lucha, luchen. Hay energías de la sociedad brasileña que
están emergiendo ahora. Me dirán, ¿demasiado tarde? No sé... Vamos a
ver.
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