viernes, 19 de julio de 2019

Las torturas más crueles de la Santa Inquisición, SANTA HIPOCRESIA DE LA IGLESIA

Desde la «doncella de hierro» (en la que se introducía al preso en un sarcófago con pinchos), hasta el potro. La infame imaginación de los inquisidores no tenía fin.


A lo largo de tal sangriento período las mujeres y aquellos que no concordaban con las creencias cristianas católicas fueron sometidos a las actos más innombrables de laceración, acusados de ser sirvientes del demonio tan sólo por pensar diferente o simplemente por simple capricho eclesiástico.

Desde Galileo Galilei hasta Juana de Arco. A día de hoy se cuentan por decenas los personajes destacados de la Historia que fueron perseguidos y ajusticiados por la Santa Inquisición, una institución creada en el siglo XIII cuya lucha contra los herejes se extendió durante más de seis siglos por países como Francia, Italia, España o Portugal. Ideada para combatir a todo aquel que se alejase de la fe que por entonces se proclamaba como oficial (además de aquellos que cometían algunos actos considerados como amorales), esta institución vivió su esplendor y su mayor barbarie durante la Edad Media. Sin embargo, por lo que es recordada en la actualidad no es solo por la cantidad de cadáveres que dejó a sus espaldas en Europa, sino por el uso de multitud de instrumentos de tortura capaces de arrancar una confesión a homosexuales, presuntas brujas o blasfemos. Entre los mismos destacaban algunos tan crueles como el potro (ideado para estirar los miembros de la víctima) o el castigo del agua (el cual creaba una severa sensación de ahogamiento en el reo). Todos ellos, al menos en España, dejaron de usarse el 4 de diciembre de 1808, día en que Napoleón Bonaparte abolió la Inquisición.

 A continuación veremos un pequeño repaso de las torturas más crueles que la Santa Inquisición aplicaba a los "herejes" de la época, es decir, todo aquel que se oponía a los dogmas de la Iglesia.



Pinzas, tenazas y cizallas: se utilizaban al “rojo vivo”, aunque también frías para lacerar o arrancar cualquier miembro del cuerpo humano, y eran uno de los elementos básicos entre las herramientas de todo verdugo.

Máscaras infamantes: Estos artilugios, se imponían a quienes habían manifestado imprudentemente su descontento hacia el orden. A través de los siglos, millones de mujeres, consideradas “conflictivas” por su cansancio de la esclavitud doméstica y los continuos embarazos, fueron humilladas y atormentadas; así el poder eclesiástico exponía el escarnio público a los desobedientes y a los inconformistas. Muchas máscaras incorporaban piezas bucales de hierro, algunas de éstas mutilaban permanentemente la lengua con púas afiladas y hojas cortantes.

La dama de hierro, que consistía en un gran sarcófago con forma de muñeca en cuyo interior, repleto de púas, se situaba a la víctima y se cerraba, quedando todas las púas clavadas en su cuerpo.

La cuna de Judas: Una pirámide de madera o hierro, sobre la cual se alzaba a la víctima, y una vez arriba, se la dejaba caer sobre ella, desgarrando el ano o la vagina.

Potro escalera: Se ataba al reo estirándolo, lo más posible sobre una escalera, a continuación se le quemaba con una antorcha el costado y las axilas, el inquisidor como siempre hacia las preguntas, el suplicio de el preso podía durar días dependiendo de la duración del interrogatorio. Generalmente se morían a causa de la infección de las quemaduras o bien del dolor en los hombros o rodillas que al cabo de las horas se desmenuzaban.

Collar de púas punitivo: Provisto de pinchos en todos los lados, este instrumento, que pesa más de cinco kilos, se cerraba en el cuello de la víctima, y a menudo se convertía en un medio de ejecución: la erosión hasta el hueso de la carne del cuello, hombros y mandíbula, la progresiva gangrena, la infección febril, la erosión final de los huesos mismos sobre todo de las vértebras descarnadas conducen a una muerte segura en poco tiempo.

La Silla de Interrogaciones: Cientos de afilados clavos componían el respaldo y asiento de esta silla de torturas. clavos que por medio de una especie de cinturones que podían presionar al torturado a la silla se clavaban en toda la parte de atrás del cuerpo. Para que el sufrimiento fuese mayor se colocaba bajo la silla de hierro ascuas ardiendo que calentaban la silla y quemaban a la víctima.

Aplastapiernas (Divisor de rodilla): Su objetivo no era la muerte sino infligir el mayor dolor posible y dejar inútil por completo a la persona. A medida el artefacto se contraía quebraba y cercenaba la pierna de la persona por la rodilla.

La sierra: Es muy sencilla pero a la vez muy eficaz, consistía simplemente en colgar a la víctima “boca abajo” y cortarla por la mitad partiendo de la ingle, con una sierra muy afilada. El reo siente todo el proceso hasta que la sierra avanza un poco más del ombligo, en ese momento la víctima muere. A este proceso eran condenados los homosexuales, sobre todos los hombres.

La rueda de hierro: Partía todos los huesos rompiéndolos con la rueda: A la víctima normalmente desnuda se le ataban las articulaciones al suelo, fijaban por medio de unas maderas y se le iban destrozando los huesos de estas uno por uno con la brutal rueda de hierro, cuando todos los huesos eran papilla únicamente mantenida por la carne y la piel que los envolvía se le ataba a la rueda para ser expuesto a la muchedumbre, durante días se sobrevivía entre grandes dolores.




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