Desde la «doncella de hierro» (en la que se introducía al preso en un sarcófago con pinchos), hasta el potro. La infame imaginación de los inquisidores no tenía fin.
A lo largo de tal sangriento período las mujeres y aquellos que no
concordaban con las creencias cristianas católicas fueron sometidos a
las actos más innombrables de laceración, acusados de ser sirvientes del
demonio tan sólo por pensar diferente o simplemente por simple capricho
eclesiástico.
Desde Galileo Galilei hasta Juana de Arco. A día de hoy se cuentan por decenas los personajes destacados de la Historia que fueron perseguidos y ajusticiados por la Santa Inquisición, una institución creada en el siglo XIII cuya lucha contra los herejes se extendió durante más de seis siglos por países como Francia, Italia, España o Portugal.
Ideada para combatir a todo aquel que se alejase de la fe que por
entonces se proclamaba como oficial (además de aquellos que cometían
algunos actos considerados como amorales), esta institución vivió su
esplendor y su mayor barbarie durante la Edad Media.
Sin embargo, por lo que es recordada en la actualidad no es solo por la
cantidad de cadáveres que dejó a sus espaldas en Europa, sino por el
uso de multitud de instrumentos de tortura capaces de arrancar una
confesión a homosexuales, presuntas brujas o blasfemos. Entre los mismos destacaban algunos tan crueles como el potro (ideado para estirar los miembros de la víctima) o el castigo del agua (el
cual creaba una severa sensación de ahogamiento en el reo). Todos
ellos, al menos en España, dejaron de usarse el 4 de diciembre de 1808,
día en que Napoleón Bonaparte abolió la Inquisición.
A continuación veremos un pequeño repaso de las torturas más crueles que
la Santa Inquisición aplicaba a los "herejes" de la época, es decir,
todo aquel que se oponía a los dogmas de la Iglesia.
Pinzas, tenazas y cizallas: se utilizaban al “rojo
vivo”, aunque también frías para lacerar o arrancar cualquier miembro
del cuerpo humano, y eran uno de los elementos básicos entre las
herramientas de todo verdugo.
Máscaras infamantes: Estos artilugios, se imponían a
quienes habían manifestado imprudentemente su descontento hacia el
orden. A través de los siglos, millones de mujeres, consideradas
“conflictivas” por su cansancio de la esclavitud doméstica y los
continuos embarazos, fueron humilladas y atormentadas; así el poder
eclesiástico exponía el escarnio público a los desobedientes y a los
inconformistas. Muchas máscaras incorporaban piezas bucales de hierro,
algunas de éstas mutilaban permanentemente la lengua con púas afiladas y
hojas cortantes.
La dama de hierro, que consistía en un gran
sarcófago con forma de muñeca en cuyo interior, repleto de púas, se
situaba a la víctima y se cerraba, quedando todas las púas clavadas en
su cuerpo.
La cuna de Judas: Una pirámide de madera o hierro,
sobre la cual se alzaba a la víctima, y una vez arriba, se la dejaba
caer sobre ella, desgarrando el ano o la vagina.
Potro escalera: Se ataba al reo estirándolo, lo más
posible sobre una escalera, a continuación se le quemaba con una
antorcha el costado y las axilas, el inquisidor como siempre hacia las
preguntas, el suplicio de el preso podía durar días dependiendo de la
duración del interrogatorio. Generalmente se morían a causa de la
infección de las quemaduras o bien del dolor en los hombros o rodillas
que al cabo de las horas se desmenuzaban.
Collar de púas punitivo: Provisto de pinchos en
todos los lados, este instrumento, que pesa más de cinco kilos, se
cerraba en el cuello de la víctima, y a menudo se convertía en un medio
de ejecución: la erosión hasta el hueso de la carne del cuello, hombros y
mandíbula, la progresiva gangrena, la infección febril, la erosión
final de los huesos mismos sobre todo de las vértebras descarnadas
conducen a una muerte segura en poco tiempo.
La Silla de Interrogaciones: Cientos de afilados
clavos componían el respaldo y asiento de esta silla de torturas. clavos
que por medio de una especie de cinturones que podían presionar al
torturado a la silla se clavaban en toda la parte de atrás del cuerpo.
Para que el sufrimiento fuese mayor se colocaba bajo la silla de hierro
ascuas ardiendo que calentaban la silla y quemaban a la víctima.
Aplastapiernas (Divisor de rodilla): Su objetivo no
era la muerte sino infligir el mayor dolor posible y dejar inútil por
completo a la persona. A medida el artefacto se contraía quebraba y
cercenaba la pierna de la persona por la rodilla.
La sierra: Es muy sencilla pero a la vez muy eficaz,
consistía simplemente en colgar a la víctima “boca abajo” y cortarla
por la mitad partiendo de la ingle, con una sierra muy afilada. El reo
siente todo el proceso hasta que la sierra avanza un poco más del
ombligo, en ese momento la víctima muere. A este proceso eran condenados
los homosexuales, sobre todos los hombres.
La rueda de hierro: Partía todos los huesos
rompiéndolos con la rueda: A la víctima normalmente desnuda se le ataban
las articulaciones al suelo, fijaban por medio de unas maderas y se le
iban destrozando los huesos de estas uno por uno con la brutal rueda de
hierro, cuando todos los huesos eran papilla únicamente mantenida por la
carne y la piel que los envolvía se le ataba a la rueda para ser
expuesto a la muchedumbre, durante días se sobrevivía entre grandes
dolores.
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