Por: Orlando Pérez
No cabe exaltar el triunfo del voto nulo y, menos aún, celebrar una supuesta derrota al correísmo, como lo hacen dirigentes indígenas y algunos fanáticos anticorreístas, desde el odio y la irracionalidad.
Antes de empezar, vale una advertencia: este es un análisis en construcción. Muchas reflexiones cabrán en las siguientes semanas, quizás meses. Por tanto, este es una aproximación de un solo eje de análisis de lo ocurrido el 11A.
Los análisis previos a los comicios del domingo 11 de abril pasado destacaban el valor del levantamiento popular de octubre de 2019 como un factor político electoral para la definición de la segunda vuelta entre el neoliberalismo (Moreno y Lasso) y el antineoliberalismo (Andrés Arauz). Paradójicamente, quienes entregan el poder a Guillermo Lasso son precisamente los electores en donde se enfrentó al neoliberalismo: Quito fue el escenario de octubre 2019, la ciudad fue testigo de las muertes, los mutilados, las centenas de heridos, la persecución política, y el montaje de juicios.
Muchos dirán que el voto nulo -reivindicado por Yaku Pérez- ha ganado un espacio electoral importante y se distancia de los dos finalistas. Lo cual, en función de los votos de las poblaciones, no de las organizaciones, es falso. Los votos de Lasso de las parroquias con alta población indígena y popular desmienten esas afirmaciones o deseos. Bastaría revisar cómo votaron las parroquias de Chimborazo, Tungurahua, Cotopaxi o el “bastión electoral” del candidato Pérez (Azuay y Cañar), por Lasso y no por el nulo, a pesar de que efectivamente hay un número elevado de nulos, blancos y ausentismo.
Pero, si se revisan los datos de los barrios populares de Quito el impacto es mayor. Y da para preguntarse por qué esos sectores y actores votaron por el neoliberalismo al cual rechazaron en octubre de 2019 con una movilización -y represión- nunca antes vista en la capital ecuatoriana. Hay parroquias con un 70% y más a favor de Lasso.
Por tanto, no cabe exaltar el triunfo del voto nulo y, menos aún, celebrar una supuesta derrota al correísmo, como lo hacen dirigentes indígenas y algunos fanáticos anticorreístas, desde el odio y la irracionalidad, sin mediar una lectura sensata del comportamiento de esas clases medias y populares. Entonces, ¿qué pasó para experimentar la mayor entrega política de los barrios populares y de las zonas indígenas al neoliberalismo?
Las posibles respuestas son las siguientes, expuestas a la posibilidad de que el tiempo las confirme o rechace:
1. La “derechización” sostenida de las clases medias y populares, muchas de ellas atravesadas también por la presencia invasiva de grupos evangélicos, no es un fenómeno reciente ni se ha expresado solo en estas elecciones. Ya lo vimos en el 2017. También en las elecciones territoriales de marzo de 2019.
2. Una votación juvenil (ya no solo de Quito y los sectores indígenas) inclinada a la derecha, entusiasta con el modo de hacer campaña de Xavier Hervas, inoculada en la banalidad de las redes sociales y el consumismo extremo. Sin descontar el entusiasmo con una de las peores propuestas de Lasso (la de eliminar la Senescyt), unida a la oferta del supuesto ingreso libre a la universidad (con el aplauso del MPD). A quienes tienen entre 18 y 25 años les importa un pepino el feriado bancario (principal imputación a Lasso), porque tampoco tuvieron la experiencia del neoliberalismo más ortodoxo, porque parecería, gracias al relato de los medios, que el de Moreno en los últimos cuatro años solo fue un coletazo del correísmo.
3. Una ofensiva mediática para estigmatizar y linchar a todo lo que huela a correísmo: los medios construyeron un marco editorial común en los noticieros de las principales cadenas de televisión y radio. Además, en las últimas tres semanas, se ejecutó una campaña sucia a través de más de 120 páginas de Facebook que fueron creadas solo para atacar a Arauz, y 250 mil cuentas de Twitter que establecían supuestas tendencias que estigmatizaban al rival de Lasso. No hay que dejar de lado la millonaria campaña de mensajes a los teléfonos celulares de residentes de barrios populares y zonas indígenas, donde se mentía descaradamente y plantaban miedos de todo tipo (desdolarización, venezolanización, etc.). No está por demás señalar que en este caso también venció la posverdad y el lawfare, porque esa fue la tarea más sostenida de los medios durante estos últimos años.
4. Lo que no cuentan los medios corporativos y oficialistas, ni se han convertido en denuncias o escándalos: en todas las zonas señaladas anteriormente, y también en los barrios de Guayaquil, se regalaron fundas de comida, implementos de aseo y bolsos con la imagen de Lasso. Todo ello acompañado de mensajes de que en su gobierno “llegarán más de estos regalos”. En otras palabras, compraron consciencias y metieron miedo de manera silenciosa (invisibilizada por la gran prensa) noche tras noche, barrio por barrio, comuna por comuna.
Pero creo que hace falta también profundizar en las deudas de la academia ecuatoriana: al año 2021 tenemos una sociedad completamente distinta a la de hace catorce años, cuando empezó la Revolución Ciudadana, con toda la complejidad del tema. ¿Qué pasó con la clase media y con los jóvenes? ¿Por dónde las entendemos para no caer en el manido relato de que el voto de Lasso fue anticorreísta?
Esto lo señalo para también comprender qué ocurre en la ideología, en el pensamiento, en las aspiraciones, en la religiosidad de esas clases medias y populares, de los habitantes de las zonas indígenas de la sierra centro y sur, y de algunos barrios de Guayaquil.
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