La
lucha contra la corrupción en Ecuador es una estrategia política
promovida por las elites económicas para ignorar los factores
estructurales que permiten el flujo ilícito de capitales, verdadero
problema del país y la región.
La corrupción no es el mayor problema del Ecuador. Sin embargo, en los primeros 100 días de gobierno,
el presidente Lenín Moreno se ha dedicado a combatirla. Su lucha hace
eco a empresarios, turbas enardecidas, medios de comunicación y
oposición partidista, que consideran a la corrupción como causante de
todos los males. Mientras tanto se ignoran afectaciones financieras
mucho más cuantiosas para el país.
El ‘detonante’ fue el
escándalo político del caso Odebrecht y Petroecuador, con relación al
vicepresidente ecuatoriano Jorge Glas y exfuncionarios del gobierno
correista. Moreno llegó a culparlo de todo a la administración de su
antecesor, acusándo a sus integrantes de “mafiosos”.
Su respuesta fue instalar un Frente Anticorrupción y desatar una
cruzada por toda la función pública. Pero, ¿esta lucha es justificable o
es solo demagogia?
Según
el Procurador General del Ecuador, Diego García, se estima que más de
50 millones de dólares se entregaron en coimas en el Caso Odebrecht -la
empresa brasileña acepta que fueron 33.5 millones-. El alto monto ha
desatado publicaciones, marchas y es el estandarte que justifica la
agenda anticorrupción.
Sin embargo, la cifra es ínfima
comparada con los 400 millones de dólares que pierde aproximadamente el
Ecuador por evasión de impuestos cada año. “Desde el 2000 hasta marzo de
2016 cerca de 4.500 millones ha dejado de percibir el Estado”, afirmó
el titular del Colegio de Economistas de Pichincha. Es así que mientras
los millones de Odebrecht duelen e indignan a los ecuatorianos, los
miles de millones en ilícitos tributarios son ignorados.
Entre 2012 y 2016, los 200 grupos económicos más grandes del Ecuador sacaron
al exterior aproximadamente 49 mil millones e introdujeron 35 mil
millones. Una diferencia de 14 mil millones, equivalente al 14% del
Producto Interno Bruto (PBI) o aproximadamente el 50% del presupuesto
general del Estado ecuatoriano para 2018. Dinero que se quedó en
guaridas fiscales, afectando a la recaudación tributaria y el desarrollo
del país.
Esto quiere decir que existen problemas mucho
más grandes que afectan a los bolsillos de los ecuatorianos. Y aunque
debe existir cero-tolerancia contra la corrupción a todos los niveles
del Estado y sin importar la cifra, esta no es el problema. Simplemente
es un subproducto de falencias estructurales causadas por el capitalismo
y la liberalización del mercado financiero internacional.
Lo irónico es que, como dice
el economista Juan Valerdi, “los que luchan contra la corrupción son
amigos de los que hacen las operaciones”. En una economía neoliberal al
desregularizar el mercado y reduce el tamaño del Estado, la misma
fiscalización y control para ‘luchar’ contra la corrupción serían
imposibles. Para entender esto es importante recordar la crisis del 2008 y cómo el lobbying (corrupción legalizada) causó el debacle financiero.
Además como explica
Anja Rohwer, del Instituto para Investigación Económica de la
Universidad de Munich, la corrupción es “una variable que no puede ser
medida directamente” y esto, según
economistas de Harvard y el Massachusets Institute of Technology (MIT),
representa un problema empírico ya que cómo cuantificar el problema de
algo que por definición está oculto y no se puede ‘medir’. Esto no
significa que se debe justificar o ignorar la corrupción pero si buscar
la fuente del problema.
Inclusive en términos globales la corrupción no representa la mayor afectación. Según
un reporte de la Red de Justicia Fiscal de América Latina y el Caribe,
el 63% del total de flujos ilícitos globales son generados por grandes
bancos, transnacionales y elites económicas, el 37% por todo tipo de
criminalidad, y solo el 3% corresponde a la corrupción gubernamental.
Estos flujos financieros ilícitos (FFI) se entienden como movimientos de
dinero entre países que han sido ganados, transferidos o utilizados de
manera ilegal.
Para el economista Dev Kar, los FFI son las razones que verdaderamente afectan a los países en desarrollo. En un reporte
de Global Financial Integrity se estima que Ecuador entre 2004 y 2013
ha perdido aproximadamente 25 mil millones de dólares en facturación
fraudulenta. Es decir que el 98% de los FFI responden a la sub y
sobrefacturación en aduanas. Y en 2017 para la región estos representan aproximadamente un 87%.
Algo que el mismo Moreno entiende ya que en la primera reunión del Plenario del G77+China afirmó
que "la evasión tributaria internacional es un problema que afecta
mucho más a los países en desarrollo. Cada dólar que se pierde por la
evasión fiscal representa menos recursos para financiar el desarrollo”.
Entonces, ¿dónde están los ‘frentes’ anti evasión de impuestos o anti
salida ilegal de capitales?
El silencio de los medios de
comunicación y políticos de ‘oposición’ es la respuesta. El discurso
anticorrupción entonces no es una verdadera lucha para detener la
corrupción, sino un arma política. A través de esta se ignora el rol del
empresariado y las estructuras legales e ilegales que permiten el flujo
ilícito de capital, manipulando así a la población.
Tan absurda es la situación que los voceros ‘anticorrupción’ son empresarios/políticos como Guillermo Lasso, excandidato a la presidencia del Ecuador, o las Cámaras empresariales y gremios del sector privado, que regularmente realizan fugas de capitales y al momento adeudan al Servicio de Rentas Internas casi 2.200 millones de dólares.
Es
así que el discurso ‘anticorrupción’ se convierte en el ‘chivo
expiatorio’ perfecto para desviar la atención a las falencias del
sistema del que ellos se benefician. Una idea que José Ugaz, presidente
de Transparencia Internacional, resume al advertir
que la corrupción es la razón por la que “en muchos países la gente se
va a dormir con hambre”. La fuga de capitales, impunidad al
empresariado, inequidad estructural y explotación no tienen nada que
ver. Los culpables son el Estado y la función pública.
Como lo explica
Dan Hough, Director del Centro para el Estudio de la Corrupción en la
Universidad de Sussex, esto genera un problema ya que la percepción
común relaciona a la corrupción solo con el sector público.
En la región, la Organización de Estados Americanos (OEA) define
un acto de corrupción como aquel relacionado con la función pública.
Una lógica influenciada por el neoliberalismo. Al colocar toda la culpa
de la corrupción en el sector público se ignora activamente el rol que
cumple el sector privado. El resultado es satanizar al Estado, con el
fin de reducirlo.
A su vez las empresas privadas y los
empresarios como voceros de la ‘anticorrupción’ brindan una imagen
contrapuesta de transparencia. Esto se maneja discursivamente a que la
conclusión ‘lógica’ sea privatizar al Estado y que este sea manejado por
los empresarios. Cumpliendo así con cabalidad uno de los diez
postulados del Consenso de Washington y su revisión posterior, receta del neoliberalismo para el ‘tercer’ mundo.
Este trato diferenciado puede observarse en el caso Odebrecht en Ecuador. Mientras que el vicepresidente Jorge Glas, cumple
prisión preventiva por supuesta asociación ilícita; a Juan Pablo
Eljuri, empresario de los grupos económicos más grandes de Ecuador,
investigado por supuesta captación ilegal de dinero en el mismo caso, se
le retiró la orden de prisión y soltó con libertad condicional.
En Brasil algo similar sucedió
en el caso Lava Jato. El ex presidente de la empresa pública
Eletronuclear recibió 43 años de prisión. Mientras que los empresarios
involucrados tendrán que cumplir penas de entre seis a 20 años. A su vez
esto lleva a la posterior politización de la justicia.
En
Ecuador, la denuncia del involucramiento de Mauricio Rodas, alcalde de
Quito, en el caso Odebrecht se trató de manera superficial en el ámbito
judicial y mediático. A pesar de que según
Diario O’Globo de Brasil la multinacional “habría pagado a algunas
autoridades” para ganar la licitación de la construcción del Metro de
Quito, habría un sobreprecio en la obra y viajes no justificados del
burgomaestre; nadie dijo nada. Para los involucrados su ventaja fue no
pertenecer al partido oficialista de Alianza País.
Estas
acciones demuestran los fines de la lucha anticorrupción, que termina
siendo una estrategia política para deslegitimar gobiernos, realizar
golpes de Estado ‘legales’ (Brasil),
y promover el neoliberalismo en la región. Su último objetivo:
privatizar lo público y corporativizar al Estado. Mientras tanto, la
fuga ilegal de capitales termina en alguna de las 87 guaridas fiscales
evadiendo el pago justo de su carga impositiva y obviada de la discusión
en la esfera pública.
Si la lucha es honesta, debe
empezar por ahí, en aquellas estructuras que permiten y promueven la
corrupción. En otras palabras, al ‘tomar al toro por los cuernos’ se
evitarían figuras ambiguas como frentes anticorrupción y más demagogia.
Una lucha real implicaría una fuerte reforma aduanera, políticas de
cero-tolerancia a la evasión fiscal y la salida ilegal de capitales y
fiscalización constante de los grupos económicos que más deberían
reportar.
Martín Pastor (Ecuador)
https://www.alainet.org/es/articulo/189396
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